Los tres monstruos de la mente: ansiedad, depresión y suicidio

En la mente humana existen pensamientos, emociones y procesos cognitivos que definen nuestra experiencia de vida. Es el núcleo de nuestra identidad, el lugar donde se gestan las ideas, los sueños y, también, procesos muy intensos. Sin embargo, cuando la mente se enferma, puede convertirse en un campo de batalla donde la ansiedad, la depresión y el suicidio se alían para llevar a algunas personas hacia una verdadera pesadilla donde hay dolor y desesperanza. Hablamos de la mente como algo abstracto, pero lo cierto es que no tiene un lugar concreto o una representación completa, ya que trasciende los límites de lo físico y lo tangible.

Aunque no podemos tocarla o verla directamente, su influencia es innegable, ya que moldea nuestras decisiones, relaciones y percepciones. En este sentido, la mente es tanto un misterio como una realidad evidente, un puente entre lo material y lo inmaterial que define lo que significa ser humano.

¿Qué es la mente?

Aunque la neurociencia ha identificado que procesos mentales como el pensamiento, la memoria y las emociones están asociados con la actividad del cerebro, la mente no puede reducirse únicamente a un órgano biológico. Es un fenómeno complejo que emerge de la interacción entre lo biológico, lo psicológico y lo social, y que incluye dimensiones como la conciencia, la subjetividad y la espiritualidad.

La mente es un concepto complejo que ha sido abordado desde múltiples disciplinas, como la psicología, la filosofía y la neurociencia. Según la Asociación Americana de Psicología (APA, 2020), la mente se refiere al conjunto de procesos cognitivos y emocionales que permiten a los seres humanos percibir, pensar, sentir y actuar. Desde una perspectiva biológica, la mente emerge de la actividad del cerebro, un órgano que, a pesar de su pequeño tamaño, es capaz de generar conciencia, creatividad y autoconciencia (Llinás, 2003).

Sin embargo, la mente no es solo un producto de la biología. También está influenciada por factores sociales, culturales y espirituales. Por ejemplo, la teoría cognitiva de Aaron Beck (1976) sugiere que nuestros pensamientos y creencias moldean nuestra percepción de la realidad y, por ende, nuestra salud mental. En este sentido, la mente es un ente dinámico que se construye a través de la interacción entre lo biológico, lo psicológico y lo social.

Entonces ¿Qué es la mente enferma?

Cuando hacemos la analogía de “mente enferma”, como si tuviera una corporeidad, nos referimos a aquella persona que ha perdido su equilibrio, ya sea por causas biológicas, psicológicas o ambientales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2021), los trastornos mentales son condiciones que afectan el pensamiento, las emociones y el comportamiento, generando un malestar significativo en la vida de las personas. Estos trastornos pueden manifestarse de diversas formas, desde la ansiedad y la depresión hasta condiciones más graves como la esquizofrenia o el trastorno bipolar.

La mente enferma se caracteriza por patrones de pensamiento distorsionados, emociones intensas y desreguladas, y comportamientos disfuncionales. Por ejemplo, una persona con ansiedad puede experimentar pensamientos catastróficos recurrentes, mientras que alguien con depresión puede verse inundado por sentimientos de desesperanza y vacío (Beck y Alford, 2009). En ambos casos, la mente pierde su capacidad para procesar la realidad de manera adaptativa, lo que puede llevar a un deterioro significativo en la calidad de vida.

La mente enferma y los tres monstruos

La ansiedad, la depresión y el suicidio son tres manifestaciones de una mente enferma que, aunque distintas, están profundamente interconectadas. La ansiedad puede ser el primer monstruo en aparecer, generando un estado de alerta constante que agota los recursos emocionales del individuo. Cuando la ansiedad no se maneja adecuadamente, puede evolucionar hacia la depresión, un estado de profunda tristeza y desesperanza que nubla la capacidad de disfrutar la vida. Finalmente, en los casos más extremos, la depresión puede llevar al suicidio, el acto último de desesperación en el que la mente enferma ve la muerte como la única salida posible.

Estos tres monstruos no solo afectan a quienes los padecen, sino también a sus familias y comunidades. Según un estudio realizado por la OMS (2021), más de 700,000 personas mueren por suicidio cada año, lo que convierte a este fenómeno en una de las principales causas de muerte a nivel mundial. Además, se estima que el 25% de la población mundial experimentará un trastorno de ansiedad o depresión en algún momento de su vida (Kessler et al., 2005). Estas cifras subrayan la importancia de abordar estos problemas desde una perspectiva integral que incluya tanto el tratamiento médico y psicológico como el apoyo espiritual.

Desde una perspectiva cristiana, la mente enferma no es solo un problema biológico o psicológico, sino también espiritual. La Biblia describe al ser humano como una unidad integral de cuerpo, alma y espíritu (1 Tesalonicenses 5:23), lo que sugiere que la salud mental no puede separarse de la salud espiritual. En este sentido, la ansiedad, la depresión y el suicidio pueden verse como manifestaciones de una desconexión con Dios, el creador y sustentador de la vida.

Jesús mismo reconoció la importancia de cuidar la mente y el corazón. En Mateo 11:28, Él invita a todos los que están cansados y agobiados a venir a Él para encontrar descanso. Este versículo sugiere que la sanidad de la mente enferma no solo depende de tratamientos médicos o terapias psicológicas, sino también de una relación transformadora con Cristo. Como veremos en los siguientes capítulos, esta perspectiva ofrece una esperanza única para quienes luchan contra los monstruos de la mente.

LA ANSIEDAD, EL PRIMER MONSTRUO DE LA MENTE

La ansiedad es uno de los trastornos mentales más comunes en el mundo moderno. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2021), aproximadamente 284 millones de personas en todo el mundo padecen algún tipo de trastorno de ansiedad. Aunque es una respuesta natural del ser humano ante situaciones de peligro o incertidumbre, la ansiedad se convierte en un problema cuando se vuelve crónica, intensa y desproporcionada.


¿Qué es la ansiedad?

La ansiedad es una respuesta emocional y fisiológica que se activa ante la percepción de una amenaza, ya sea real o imaginaria. Desde una perspectiva evolutiva, la ansiedad ha sido un mecanismo de supervivencia que permite a los seres humanos reaccionar rápidamente ante el peligro (Marks, 1987). Sin embargo, en el mundo contemporáneo, donde las amenazas físicas son menos frecuentes, la ansiedad se ha desplazado hacia preocupaciones relacionadas con el trabajo, las relaciones interpersonales, la salud y el futuro.

La ansiedad se manifiesta en tres niveles: cognitivo, emocional y fisiológico. A nivel cognitivo, las personas con ansiedad tienden a experimentar pensamientos catastróficos y recurrentes, como "¿y si algo malo sucede?" o "no puedo manejar esta situación" (Beck, 1976). A nivel emocional, la ansiedad se caracteriza por sentimientos de miedo, inquietud y desesperanza. Finalmente, a nivel fisiológico, la ansiedad puede provocar síntomas como taquicardia, sudoración, temblores y dificultad para respirar (American Psychiatric Association [APA], 2013).

Tipos de trastornos de ansiedad

La ansiedad no es un fenómeno homogéneo, sino que se presenta en diversas formas. Algunos de los trastornos de ansiedad más comunes incluyen:


Trastorno de ansiedad generalizada (TAG): Se caracteriza por una preocupación excesiva y persistente sobre diversos aspectos de la vida, como el trabajo, la salud o las finanzas. Las personas con TAG suelen sentirse constantemente al borde del colapso, incluso cuando no hay una razón aparente para preocuparse (APA, 2013).


Trastorno de pánico: Este trastorno se manifiesta a través de ataques de pánico, episodios intensos de miedo que alcanzan su punto máximo en cuestión de minutos. Los síntomas incluyen palpitaciones, sensación de ahogo y miedo a perder el control o morir (Barlow, 2002).


Trastorno de ansiedad social: También conocido como fobia social, este trastorno se caracteriza por un miedo intenso a ser juzgado o rechazado en situaciones sociales. Las personas con ansiedad social pueden evitar reuniones, hablar en público o incluso salir de casa (APA, 2013).


Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC): Aunque el TOC se clasifica como un trastorno aparte, está estrechamente relacionado con la ansiedad. Las personas con TOC experimentan pensamientos intrusivos (obsesiones) que les generan ansiedad y realizan comportamientos repetitivos (compulsiones) para aliviarla (Abramowitz, 2006).

Causas de la ansiedad

La ansiedad es el resultado de una interacción compleja entre factores biológicos, psicológicos y ambientales. Desde una perspectiva biológica, se ha demostrado que la ansiedad está relacionada con desequilibrios en neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina y el ácido gamma-aminobutírico (GABA) (Bandelow et al., 2017). Además, estudios de neuroimagen han identificado alteraciones en áreas del cerebro como la amígdala y la corteza prefrontal, que están involucradas en la regulación de las emociones y la respuesta al estrés (Etkin y Wager, 2007).

Desde una perspectiva psicológica, la ansiedad está influenciada por patrones de pensamiento disfuncionales. La teoría cognitiva de Aaron Beck (1976) sugiere que las personas con ansiedad tienden a interpretar las situaciones de manera negativa y catastrófica. Por ejemplo, una persona con ansiedad social puede pensar: "Si hablo en público, todos se reirán de mí". Estos pensamientos generan emociones intensas y comportamientos de evitación, lo que perpetúa el ciclo de la ansiedad.

Finalmente, los factores ambientales también juegan un papel crucial en el desarrollo de la ansiedad. Eventos traumáticos, como el abuso, la violencia o la pérdida de un ser querido, pueden desencadenar trastornos de ansiedad en personas vulnerables (Kessler et al., 2005). Además, el estilo de vida moderno, caracterizado por el estrés crónico, la falta de sueño y la sobrecarga de información, ha contribuido al aumento de los casos de ansiedad en todo el mundo (WHO, 2021).

El impacto de la ansiedad en la vida cotidiana

La ansiedad no solo afecta la salud mental, sino también la calidad de vida en general. Las personas con ansiedad pueden experimentar dificultades en sus relaciones interpersonales, bajo rendimiento laboral o académico, y problemas de salud física, como enfermedades cardiovasculares y trastornos gastrointestinales (APA, 2013). Además, la ansiedad puede convertirse en un obstáculo para el desarrollo personal, ya que limita la capacidad de las personas para tomar riesgos, explorar nuevas oportunidades y disfrutar de la vida.

La ansiedad como puente hacia la depresión

Uno de los aspectos más preocupantes de la ansiedad es su relación con la depresión. Según un estudio realizado por Kessler et al. (2005), más del 50% de las personas diagnosticadas con depresión también cumplen los criterios para un trastorno de ansiedad. Esto se debe a que la ansiedad crónica agota los recursos emocionales del individuo, llevándolo a un estado de desesperanza y fatiga que puede desencadenar depresión. En este sentido, la ansiedad puede verse como el primer monstruo de la mente, que allana el camino para la llegada de otros monstruos más oscuros.

La perspectiva cristiana de la ansiedad

Desde una perspectiva cristiana, la ansiedad no es solo un problema psicológico, sino también espiritual. Jesús mismo reconoció la tendencia humana a preocuparse excesivamente por el futuro. En Mateo 6:25-34, Él nos invita a confiar en el cuidado de Dios, recordándonos que nuestro Padre celestial conoce nuestras necesidades y proveerá para ellas. Dicho de otro modo, la ansiedad puede ser tratada a través de la fe y la confianza en Dios.

El apóstol Pablo, de alguna manera también abordó el tema de la ansiedad en Filipenses 4:6-7, donde escribe: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Se puede entender que la oración y la gratitud son poderosas para combatir la ansiedad.

LA DEPRESIÓN, EL SEGUNDO MONSTRUO DE LA MENTE

La depresión es uno de los trastornos mentales más debilitantes que existen. A diferencia de la tristeza pasajera, la depresión es una condición crónica que afecta todos los aspectos de la vida de una persona: sus emociones, pensamientos, comportamientos y relaciones interpersonales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2021), más de 280 millones de personas en el mundo padecen depresión, lo que la convierte en una de las principales causas de discapacidad a nivel global.

¿Qué es la depresión?

La depresión es un trastorno del estado de ánimo caracterizado por sentimientos persistentes de tristeza, desesperanza y falta de interés o placer en actividades que antes se disfrutaban (Vallejo, 2012). A diferencia de la tristeza normal, que es una respuesta emocional temporal ante eventos adversos, la depresión es una condición clínica que puede durar semanas, meses o incluso años si no se trata adecuadamente (American Psychiatric Association [APA], 2013).

La depresión se manifiesta en varios niveles:

Emocional: Las personas con depresión experimentan una tristeza profunda y persistente, acompañada de sentimientos de vacío, culpa y desesperanza. A menudo, pierden la capacidad de disfrutar actividades que antes les resultaban placenteras, un fenómeno conocido como anhedonia (Beck y Alford, 2009).


Cognitivo: La depresión afecta la forma en que las personas piensan sobre sí mismas, el mundo y el futuro. Los pensamientos negativos recurrentes, como "no valgo nada" o "nunca mejoraré", son comunes en personas con depresión (Vallejo, 2012). Además, la depresión puede afectar la concentración, la memoria y la toma de decisiones.


Fisiológico: La depresión no es solo un trastorno emocional, sino también físico. Las personas con depresión pueden experimentar fatiga crónica, cambios en el apetito y el sueño, dolores inexplicables y una disminución de la energía (APA, 2013).


Conductual: La depresión suele llevar a comportamientos de aislamiento social, falta de motivación y dificultad para cumplir con las responsabilidades diarias. En casos graves, puede llevar a pensamientos o intentos de suicidio.

Tipos de depresión

La depresión no es un fenómeno homogéneo, sino que se presenta en diversas formas. Algunos de los tipos más comunes incluyen:

  • Trastorno depresivo mayor (TDM): Este es el tipo más grave de depresión, caracterizado por síntomas intensos que interfieren significativamente con la vida diaria. Para ser diagnosticado con TDM, una persona debe experimentar síntomas durante al menos dos semanas (APA, 2013).


  • Trastorno depresivo persistente (distimia): Este tipo de depresión es menos grave que el TDM, pero más crónico. Las personas con distimia experimentan síntomas de depresión durante al menos dos años, lo que puede llevar a un deterioro significativo en su calidad de vida (Kessler et al., 2005).


  • Depresión posparto: Este tipo de depresión afecta a algunas mujeres después del parto. Se caracteriza por sentimientos intensos de tristeza, ansiedad y fatiga que pueden interferir con la capacidad de la madre para cuidar de sí misma y de su bebé (APA, 2013).


  • Trastorno afectivo estacional (TAE): Este tipo de depresión está relacionado con los cambios estacionales, especialmente durante los meses de invierno cuando hay menos luz solar. Los síntomas incluyen fatiga, aumento del apetito y dificultad para concentrarse (Roecklein y Rohan, 2005).

Causas de la depresión

Al igual que la ansiedad, la depresión es el resultado de una interacción compleja entre factores biológicos, psicológicos y ambientales.

  • Factores biológicos: La depresión está relacionada con desequilibrios en neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina, que regulan el estado de ánimo y la energía (Bandelow et al., 2017). Además, estudios de neuroimagen han identificado alteraciones en áreas del cerebro como el hipocampo y la corteza prefrontal, que están involucradas en la regulación de las emociones y la respuesta al estrés (Drevets et al., 2008).


  • Factores psicológicos: La depresión está influenciada por patrones de pensamiento disfuncionales, como la tendencia a interpretar las situaciones de manera negativa y a culparse a sí mismo por eventos adversos (Beck, 1976). Además, las personas con depresión suelen tener una baja autoestima y una visión pesimista del futuro.


  • Factores ambientales: Eventos traumáticos, como la pérdida de un ser querido, el divorcio o el desempleo, pueden desencadenar depresión en personas vulnerables (Kessler et al., 2005). Además, el estrés crónico, la falta de apoyo social y los problemas económicos pueden contribuir al desarrollo de la depresión.

El impacto de la depresión en la vida cotidiana

La depresión no solo afecta la salud mental, sino también la calidad de vida en general. Las personas con depresión pueden experimentar dificultades en sus relaciones interpersonales, bajo rendimiento laboral o académico, y problemas de salud física, como enfermedades cardiovasculares y trastornos del sueño (APA, 2013). Además, la depresión puede llevar a comportamientos de riesgo, como el abuso de sustancias y el suicidio.

La depresión como puente hacia el suicidio

Uno de los aspectos más preocupantes de la depresión es su relación con el suicidio. Según la OMS (2021), más del 90% de las personas que mueren por suicidio padecen un trastorno mental, siendo la depresión el más común. La desesperanza, el aislamiento y el dolor emocional asociados con la depresión pueden llevar a las personas a ver el suicidio como la única salida a su sufrimiento. En este sentido, la depresión puede verse como el segundo monstruo de la mente, que allana el camino hacia el tercer y más oscuro monstruo: el suicidio.

La perspectiva cristiana de la depresión

Desde una perspectiva cristiana, la depresión no es solo un problema psicológico, sino también espiritual. La Biblia reconoce la realidad del sufrimiento emocional y ofrece palabras de consuelo y esperanza. En Salmo 34:18, se nos recuerda que "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos de espíritu". Este versículo sugiere que Dios está cerca de aquellos que sufren de depresión y que puede ofrecer consuelo y sanidad.

Jesús mismo experimentó emociones intensas, como la tristeza y la angustia. En Mateo 26:38, antes de su crucifixión, Jesús confiesa a sus discípulos: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte". Este pasaje nos muestra que incluso el Hijo de Dios experimentó el dolor emocional, lo que nos permite acercarnos a Él con nuestras propias luchas.

El apóstol Pablo también abordó el tema del sufrimiento emocional en 2 Corintios 1:3-4, donde escribe: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios". Es decir, Dios no solo nos consuela en nuestro sufrimiento, sino que también nos capacita para consolar a otros.

EL SUICIDIO, EL TERCER MONSTRUO DE LA MENTE

El suicidio es la manifestación más trágica y dolorosa de los trastornos mentales. Representa el punto final de una persona ante el dolor emocional, la desesperanza y la desconexión con la vida. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2021), más de 700,000 personas mueren por suicidio cada año, lo que lo convierte en una de las principales causas de muerte a nivel mundial.


¿Qué es el suicidio?

El suicidio es el acto de quitarse la vida de manera intencional. Aunque es un fenómeno complejo y multifacético, el suicidio suele ser el resultado de una combinación de los mismos factores que hemos mencionado, pues dependen del estado de la mente de una persona, o sea, se debe a la mezcla y contexto de factores biológicos, psicológicos, sociales y ambientales. Las personas que consideran el suicidio a menudo experimentan un dolor emocional insoportable y ven la muerte como la única forma de escapar de su sufrimiento (Gómez, 2007).


El suicidio no es un acto impulsivo, sino que suele ser el resultado de un proceso gradual en el que la persona pasa por etapas de ideación, planificación y, finalmente, ejecución. Durante este proceso, de acuerdo a Gómez (2007), las personas pueden experimentar sentimientos de desesperanza, aislamiento y falta de sentido en la vida.


Factores de riesgo del suicidio

El suicidio está influenciado por una variedad de factores de riesgo, que incluyen:


Trastornos mentales: Más del 90% de las personas que mueren por suicidio padecen un trastorno mental, siendo la depresión y la ansiedad los más comunes (OMS, 2021). La desesperanza y el dolor emocional asociados con estos trastornos pueden llevar a las personas a considerar el suicidio como una salida.


Eventos traumáticos: Experiencias como el abuso, la violencia, la pérdida de un ser querido o el fracaso en áreas importantes de la vida pueden aumentar el riesgo de suicidio (Kessler et al., 2005).


Factores sociales: El aislamiento social, la falta de apoyo emocional y el estigma asociado con los trastornos mentales pueden contribuir al riesgo de suicidio (Martínez, 2015).


Factores biológicos: Algunas investigaciones sugieren que el suicidio puede estar relacionado con desequilibrios en neurotransmisores como la serotonina, que regulan el estado de ánimo y el comportamiento impulsivo (Mann, 2003).


Señales de alerta del suicidio

Reconocer las señales de alerta del suicidio es crucial para la prevención. Algunas de las señales más comunes incluyen:

  • Expresar pensamientos de muerte o suicidio, como "quiero desaparecer" o "no puedo seguir así".
  • Aislarse de familiares y amigos.
  • Mostrar cambios drásticos en el comportamiento, como aumento del consumo de alcohol o drogas.
  • Regalar posesiones valiosas o hacer arreglos finales.
  • Expresar sentimientos de desesperanza o falta de sentido en la vida (APA, 2013).


Es importante tomar en serio cualquier señal de alerta y buscar ayuda profesional de inmediato. La prevención del suicidio requiere un enfoque compasivo y proactivo, que incluya apoyo emocional, tratamiento médico y, en algunos casos, intervención de emergencia.

El suicidio no es un acto aislado, sino el punto final de un camino marcado por el dolor emocional y la desesperanza. En muchos casos, este camino comienza con la ansiedad, que genera un estado de alerta constante y agota los recursos emocionales del individuo. Cuando la ansiedad no se maneja adecuadamente, puede evolucionar hacia la depresión, un estado de profunda tristeza y desesperanza que nubla la capacidad de disfrutar la vida. Finalmente, en los casos más extremos, la depresión puede llevar al suicidio, el acto último de desesperación en el que la mente enferma ve la muerte como la única salida posible.


Este proceso no es inevitable. Con el apoyo adecuado, muchas personas pueden encontrar alternativas al suicidio y recuperar la esperanza en la vida. Sin embargo, esto requiere un enfoque completo, desde muchas perspectivas e intervenciones que aborde tanto las causas biológicas y psicológicas del suicidio como las necesidades espirituales y emocionales de la persona.


La perspectiva cristiana del suicidio

Desde una perspectiva cristiana, el suicidio es un tema complejo que debe abordarse con compasión y sensibilidad. La Biblia no condena explícitamente a las personas que han cometido suicidio, pero sí enfatiza la santidad de la vida y la importancia de confiar en Dios en medio del sufrimiento.


En Juan 10:10, Jesús dice: "El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". Este versículo nos recuerda que la vida es un regalo de Dios y que Él desea que vivamos plenamente, incluso en medio de las dificultades.


Además, la Biblia ofrece palabras de consuelo y esperanza para aquellos que luchan con pensamientos suicidas. En Salmo 34:18, se nos recuerda que "Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos de espíritu". Este versículo sugiere que Dios está cerca de aquellos que sufren y que puede ofrecer consuelo y sanidad.


Finalmente, la comunidad cristiana tiene un papel crucial en la prevención del suicidio. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a ser compasivos, a escuchar sin juzgar y a ofrecer apoyo a aquellos que están luchando. En Gálatas 6:2, se nos exhorta a "sobrellevar los unos las cargas de los otros, y cumplir así la ley de Cristo". Este mandato nos recuerda que no estamos solos en nuestras luchas y que podemos encontrar fuerza y consuelo en la comunidad de fe.


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